Poner en valor los productos y servicios

Dice uno de los gurús españoles de Internet que los blogs suelen dedicarse a recoger quejas de quienes los administramos, que están plagados de malas experiencias de usuario, de casos y casos de insatisfacción del cliente… No le falta razón. Pero también abundan las historias de éxito, de buenas prácticas. Y las podemos encontrar en cualquier sector.

 

La entrada de hoy versa sobre un caso muy reciente del sector de la restauración, un ámbito fundamental para la economía de nuestro país, pero que salvando los grandes chefs y la más alta cocina, no goza de muy buena prensa.

 

Mensualmente quedo con unos amigos a comer cocido a los que debía una invitación, y como llevaba mucho tiempo con intención de ir al que dicen es el mejor cocido de Madrid, cogimos el coche y salimos para San Lorenzo de El Escorial.

 

Como no se trata de una crítica gastronómica me limitaré a decir que el cocido tiene una más que merecida fama, pero lo que me pareció reseñable es que el personal del restaurante no se limita a lo habitual: servir la comida, recoger los platos…, sino que realiza una tarea fundamental y que muchas organizaciones obvian: vender sus servicios y sus productos, algo que resulta central para que el cliente entienda por qué paga lo que paga; en último término, para emparejar precio y valor.

 

Gracias a la tarea que realizan de valorización de sus productos (es decir, de poner en valor lo que sirven al cliente) supimos que el tocino no era uno más, sino que procedía de Verín, que el aceite era una remesa especial del Duque de Alba o que la sopa no se prepara hasta que el cliente se sienta a la mesa.

 

¿Y cuál es el resultado? Que cuando llega la (abultada) cuenta, se paga con más gusto.