
Vaya por delante que igual que no soy muy fan de la nostalgia, no soy nada amigo de la tradicional mirada crítica y severa que soportan los jóvenes. Ni «todo pasado fue mejor», ni «los jóvenes de ahora son unos flojos».
¿Por qué ha cristalizado esa concepción de fragilidad de los jóvenes de ahora? Desde mi punto de vista, hay dos factores que convergen: por un lado, unos adultos sobreprotectores que en lugar de contribuir al empoderamiento de sus hijos, entienden que su papel es facilitarles la vida. (interesante paradoja: quienes comparten una percepción tan crítica de los jóvenes son, al mismo tiempo, quienes la alimentan allanando el camino de los adolescentes).
El otro factor está relacionado con el modo en que el imaginario colectivo entiende que las personas debemos abordar el malestar (uso este término como opuesto a «bienestar»), validando la manera en la que las personas postadolescentes (y, en particular, las de más edad) lo enfrentan; en general, desde la resignación. Dicho de modo menos elaborado: cuando vienen mal dadas, toca apretar el culo.
La novedad, desde mi punto de vista, es que nuestros jóvenes se rebelan frente al modo socialmente aceptado de enfrentar el malestar (la depresión, la ansiedad, la tristeza, el sufrimiento…). Cuestionan que esperar a que «se pase» no es la estrategia adecuada y levantan la mano cuando aparece porque quieren manejarlo; en definitiva, porque comprenden que asumir el malestar es un error.
En mi opinión, decir que esta posición frente al malestar (el afrontamiento vs la resignación) es propia de personas débiles o frágiles no solo es poco inteligente, sino que resulta una clara validación de actitudes que juegan en contra de la salud mental y que emparentan con ideas que no acabamos de superar, como aquella de «la letra con sangre entra» o el manido «no pain no gain».